La mayoría de las personas que tratamos de sostener la producción de una obra enmarcada en alguna disciplina artística, nos vemos obligados a vivir un tiempo fragmentado, y, sobre todo, a sacrificar el tiempo libre para poder producir, incluso para gestionar. Eso lo sabe todo el mundo. Pero es ahí donde creo en las residencias como el único tiempo/lugar que nos ofrece la posibilidad de una vida “normal”: una parte del día destinada al trabajo, el que sentimos como nuestro verdadero trabajo, y otra parte para el ocio. Un estado ideal de concentración, continuidad y descanso físico. Ligeramente olvidados del mundo exterior, o por lo menos con la posibilidad de estarlo.
En ese sentido la residencia es -más allá de un espacio de intercambio, y de la posibilidad de viajar sin un sentido únicamente turístico (no excluyo que haya algo de voluntad turística y tampoco me parece censurable)- una combinación justa entre vacaciones y temporada de trabajo.
Como parte de esta temporada de trabajo, si el artista invitado se lo permite es el ámbito ideal para examinar y confrontar la propia producción, y las ideas sobre las que se articula y descansa toda su perspectiva artística.
[Acá pueden leer la nota completa, que está escrita a partir de la experiencia de Eloísa en RUSA -Residencia de 1 Solo Artista-]
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